Alpert. De casaca de cuero y lentes Ray Ban, oscuros, como Chuck Norris, con barba de tres días; de guitarra eléctrica como Carlitos Santana. Así era Julio César, Julito, "Cherry" para los amigos. Enemigos muy pocos, casi ninguno. Lector de los filósofos pre-socráticos, de Hemingway y Cervantes. Más bien anglófilo, a pesar de su amor por España. Pensaba en Inglés, como Borges. Amante Julio, amante bandido, de amores intensos, irredentos, perpetuos, a veces proscritos. Nunca se iba de madrugada, afrontaba de frente al sol el esfuerzo de cada día. Ningún amor se repitió. Siempre amó; nunca engañó, no podía, no sabía, no quería. Con la fuerza de un sikuri, amaneció en el altiplano mil veces bordando el titikaka, desde su amado barrio sentimental, Mañazo. Con sus enormes amigos, con sus milenarios compañeros, aquí, allá. Cantaba, tocaba, componía música de la buena; su guitarra eléctrica lloraba por Jimmy Hendrix, cuando tocaba; y, cuando tocaba su guitarra española, emulaba a José Feliciano, casi hasta con la misma camisa boricua. " La Casa del Sol Naciente", "Yesterday", sonaba en sus cuerdas como cascada natural. Las canciones de Luis Eduardo Aute, que casi nadie conocía hace 30 años, sonaban desde sus labios salseros, porque amaba el blues, el jazz, el soul; y de esa fusión el son, la salsa; para arribar, finalmente, al flamenco andaluz. Dibujaba, con crayolas, con pinceles, con óleos; también le gustaba pintar murales. Conserva su habitación de soltero, una imagen de un león, con mil rostros, dibujados en una carátula de Carlos Santana. Es una pared, cubierta por manos de pintura que quisieron borrar su rebeldía juvenil. Nunca pudieron arrebatarle el sol que, él y los suyos, conseguían con los dedos y a veces con las uñas. Los Rolling Stones, lo traían loco. Mick Jagger lo seducía, Prince también. Se enfadaba con Yoko Ono, por su patrimonial amor por Lennon, pero los entendía; envidiaba su relación de 6 meses, juntos, en la cama. Fingió aceptar a los Bee Gees, y a Travolta, para que yo -su seguidor, su discípulo- no me deprimiera. Pero Julito era más trascedente. Mozart, Beethoven, Jagger, Lennon, Hendrix, Santan y los sikuris de Mañazo. En el camino, Willie Colón y Héctor Lavoe. Amó la música puneña; dos de sus hermosas hijas, Paola y Pamela, son el resultado del más hermoso amor, en Puno, a orillas del sagrado lago de los Inkas. Amó la música Asturiana de Víctor Manuel y Ana Belén; como resultado, su última ibérica hija, Estíbaliz, nacida en Avilés. De pañolones de seda, de Halls Mentol Lyptus, o Cherry Liptus, en la boca. Con su petanca de Whisky o de Ron, de Pisco o de Cognac, los poemas surgían de su pluma. Amó, sobre todo, amó a su madre hasta la desesperación. A su padre lo sufrió con el más tierno y devoto amor. A sus hermanos su tierno legado, a sus hijas su devoción, a sus amores, su piel; y, a sus amigos, a sus locos y encantadores amigos les dejò su corazón, su cansado, fatigado, hermoso corazón.
Nota.- Julio César Pacheco Villar, de 42 años, ingresó al Hospital de la Policía el 02 de Febrero de 1998, día de la Virgen de la Candelaria , su propia patrona; y falleció en el mismo nosocomio el 08 de Febrero, en la fiesta de la octava de aquel año. Cada Candelaria, lo lloramos; las lágrimas aún son infinitas, perpetuas... ciertas. |